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        西語閱讀:《一千零一夜》連載三十八 2

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        Cuando los malhechores, aleccio­nados por su compañero, entraron de dos en dos en la ciudad y se dirigieron a la casa señalada, se asombraron mucho al ver que to­das las puertas ele las casas de aque­lla calle tenían la misma señal. A una orden de su jefe regresaron a su cueva del bosque y una vez que estuvieron todos reunidos de nuevo, arrastraron hasta el centro del circu­lo que formaban al ladrón que tan mal había tomado sus precauciones y le condenaron a muerte; a conti­nuación y a una señal del jefe, le cortaron la cabeza. Pero como la ne­cesidad de encontrar al autor de to­do aquel asunto era más urgente que nunca, un segundo ladrón se ofreció a ir a investigar; el jefe escuchó la oferta con agrado y el ladrón par­tió de inmediato para la ciudad, don­se se puso en contacto con, el jeique Mustafá y se hizo conducir hasta la casa en la que se presumía fue­ron cosidos los seis trozos, e hizo en uno de los ángulos de la puerta una señal roja y regresó al bosque­
            Cuando los ladrones, guiados por su compañero; llegaron a la calle de Ali Babá, encontraron que todas las puertas estaban marcadas con una señal roja, exactamente en el mismo sitio, ya que la sutil Morgana, al igual que la primera vez, había to­mado sus precauciones.
            A su retorno a la caverna, la cabe­za del segundo ladrón-guía, siguió la misma suerte que la de su predece­sor, pero aquello no contribuyó a arreglar el asunto y sólo sirvió para disminuir la tropa en dos hombres, los más valerosos. El jefe reflexionó un buen rato acerca de la situación y dijo: “No encargaré este asunto a nadie más que a mí mismo”; y par­tió solo para la ciudad. Una vez en ella, no hizo como los demás, pues cuando Mustafá le hubo indicado la casa de Alí Babá no perdió el tiem­po marcando la puerta con yeso, si­no que observó atentamente su ex­terior para fijarlo en su memoria, ya que desde fuera aquella casa ofre­cía el mismo aspecto que todas las demás; cuando terminó su examen, regresó al bosque y reuniendo, a los treinta y siete ladrones supervivien­tes les dijo: “El autor del daño que hemos sufrido está descubierto, pues­to que conozco su casa. ¡Por Alah, que su castigo será terrtble! Por vuestra parte, daos prisa en traerme aquí treinta y ocho grandes tinajas de barro, de cuello largo y vientre ancho, todas vacías, excepto una que llenaréis de aceite de oliva; además, cuidad de que ninguna esté rajada.”
            Los ladrones que estaban habitua­dos a ejecutar sin rechistar las órde­nes de su jefe, marcharon al mercado para comprar as treinta y ocho tinajas, que una vez compradas, car­garon de dos en dos en los caballos y regresaron al bosque. Reunidos de nuevo, el jefe dijo: “¡Despojaos de vuestras ropas y que cada uno se meta en una tinaja llevando única­mente sus armas, su turbante y sus babuchas.” Sin decir palabra, los treinta y siete ladrones saltaron de dos en dos sobre los caballos porta­dores de tinajas y como cada ca­ballo llevaba un par de aquéllas, una a la derecha y otra a la izquierda, cada bandido se dejó caer en una. De esta manera, se encontraron re­plegados sobre ellos mismos, con las rodillas tocando las barbillas, igual que están los pollos en el huevo a los veinte días. Se colocaron llevando en una mano la cimitarra y en otra un hatillo y las babuchas en el fondo de la tinaja. La única que iba llena de aceite iba de pareja con el ladrón que hacía el número treinta y siete.
            Cuando los ladrones terminaron de colocarse -en las tinajas lo más cómodamente posible, el jefe se acercó y examinándolas una por una, cerró las bocas de los recípien­tes con fibra de palmera, a ñn de ocultar el contenido y al mismo tiempo, permitir a sus hombres res­pirar libremente. Para que los vian­dantes no pudiesen abrigar duda al­guna del contenido, tomó aceite de la tinaja que estaba llena y frotó con él las paredes externas de las demás tinajas. Entonces, el jefe se disfrazó, de mercader de aceite y conduciendo los caballos portadores der aquella mercancía improvisada se dirigió hacia la ciudad. Alah le pro­tegió y llegó sin contratiempo, por la tarde, ante la casa de Alí Babá, y para que todo se acabase de po­ner a su favor, Alí Babá en persona estaba a la puerta de su casa, sen­tado en el umbral, tomando el fres­co antes de la oración de la tarde.
            En este momento, Schahrazada vio que amanecía y, discreta, se calló.
            PERO CUANDO LLEGO LA 858 NOCHE
            Ella dijo:
            “El jefe detuvo los caballos. y después de saludar, a Alí Babá, le dijo: “¡Oh mi dueño! Tu esclavo es mercader de aceite y no sabe dónde ir a pasar la noche en una ciudad en la que no conoce a nadie, y es­pera de tu generosidad que le con­cedas hospitalidad hasta mañana, a él y a sus bestias, en el patio, de tu casa.” Al oír esta petición, el cora­zón de Alí Babá se ablandó acor­dándose de los tiempos en que fue pobre y, lejos de reconocer al jefe de los ladrones, al que había visto y oído en el bosque, se levantó en su honor y dijo: “¡Oh mercader de aceite! ¡Hermano mío, que mi mo­rada te sirva de descanso y que en ella puedas encontrar ayuda y fami­lia! ¡Sé bien venido!”; mientras ha­blaba le cogió de la mano y junto con los caballos, le condujo hasta el patio, y llamando a Morgana y a otro esclavo, les ordeno que ayuda­sen al huésped de Alah a descargar las vasijas y dar de comer a los ani­males. Cuando las vasijas estuvieron colocadas en buen orden en un ex­tremo del patio y los caballos ata­dos junto al muro y colgando del cuello de cada uno un saco lleno de avena, Alí Babá, siempre tan afa­ble, tomó a su huésped de la mano y le condujo al interior de la casa, donde le hizo sentar en el sitio de honor para tomar la comida de la tarde. Después que hubieron comí­do, bebido y dado las gracias a Alah por sus favores; Alí Babá, no que­riendo incomodar a su huésped, se retiró diciendo: “¡Oh mi dueño! ¡Mi casa es tu casa y lo que hay en ella, te pertenece!” Pero el mercader de aceite le llamó y le dijo: “¡Por Alah, oh mi huésped! Muéstrame el sitio de tu honorable casa en el que pue­da dar descanso a mis intestinos”; Alí Babá le condujo al lugar indica­do, que estaba situado en un ángulo de la casa, cerca de donde estaban las tinajas, y se apresuró a retirarse a fin de no perturbar las funciones digestivas del mercader de aceite.
            Y, en efecto, el jefe de los bandi­dos no dejó de hacer lo que tenía que hacer; cuando terminó se aproximó a las tinajas, e inclinándose sobre cada una de ellas, dijo en voz baja: “Cuando oigas que unas piedrecitas golpean tu tinaja, no olvides salir y acudir junto a mí” y habiendo or­denado a su gente lo que debía ha­cer, penetró en la casa. Morgana, que le esperaba a la puerta de la cocina con una lámpara de aceite en la mano, le condujo a la habitación que le había preparado y se retiró. El bandido, por estar mejor dispuesto para la ejecución de su proyecto, se tendió sobre el lecho en el que pensaba dormir hasta la media no­che, y no tardó en roncar estrépito­samente. Y entonces pasó lo que de­bía pasar.
            En efecto, mientras Morgana es­taba en su cocina, fregando los platos y cacerolas, la lámpara fal­ta de aceite, se apagó. Precisamen­te la provisión de aceite de la ca­sa se había acabado y Morgana, que había olvidado proveerse duran­te el día, se contrarió mucho y lla­mó a Abdalá, el nuevo esclavo de Alí Babá, a quien hizo partícipe de su contrariedad; éste comenzó a reír y dijo: “¡Por Alah, oh Morgana! Hermana mía, ¿cómo puedes decirme que no tenemos aceite en la casa cuando en este momento hay en el patio, apoyadas contra el muro, treinta y ocho tinajas llenas de acei­te de oliva y que; a juzgar por el olor, debe ser de excelente calidad? ¡Hermana mía!, no veo en ti la di­ligencia, entendimiento y recursos de Morgana;” Después añadió: “¡Her­mana mía, me vuelvo a dormir para poder levantarme con la aurora a fin de acompañar al baño a nuestro amo Alí Babá!”, y se fue a dormir no lejos de donde el mercader de acei­te resoplaba como un fuelle.
            Morgana algo confundida por las palabras de Abdalá, tomó la vasija del aceite y fue al patio a llenarla en una de las tinajas. Se aproximó a la primera de ellas, la destapó y me­tió la vasija en la abertura, pero el cacharro, en lugar de sumergirse en aceite, chocó violentamente con­tra algo residente; aquella cosa se movió y se oyó una voz que decía: “¡Por Alah! ¡El guijarro que ha lan­zado el jefe debe ser del tamaño de una roca, por lo menos! ¡Éste es el momento!” y sacando la cabeza, se aprestó a salir de la tinaja. Mor­gana al encontrar a un ser viviente en aquella tinaja en lugar del aceite que esperaba, pensó que había lle­gado la hora de su destino, y, muy sorprendida en un principio, no pu­do dejar de pensar: ,”¡Soy muerta y todos los habitantes de la casa “perecerán sin remedio!; pero la vio­lencia de su emoción le devolvió todo su coraje y en vez de comen­zar a gritar aterrada, se inclinó so­bre la boca de la tinaja y dijo: “¡No, mozo, no! Tu amo duerme todavia. Espera que se despierte.”
            Morgana era muy sagaz y lo había adivinado todo, pero para comprobar la gravedad de la situación quiso ins­peccionar las demás tinajas. Aunque la tentativa no dejaba de ser peligro­sa, se aproximó a cada, una, y, tan­teando la cabeza que asomaba tan pronto como la destapaba, decía: “¡Paciencia y .hasta luego!”; de esta manera contó hasta treinta y siete ca­bezas barbudas y vio que la tinaja númetro treinta y ocho era la única que estaba llena de aceite. Entonces, tomó la vasija y, con calma, fue a encender su lámpara para poder po­ner en ejecución el proyecto que su ingenio le había sugerido para sor­tear el peligro inminente.
            De vuelta al patio, encendió fuego bajo la caldera que servia para la co­lada, y, sirviéndose de la vasija, la llenó de aceite; como el fuego estaba fuerte, el líquido no tardó en hervir. Entonces, llenó un gran cubo con aquel aceite hirviendo, aproximando­se a una tinaja, la destapó, vertiendo de golpe el liquido abrasador sobre la cabeza que intentaba salir, y al mo­mento, el bandido murió abrasado. Morgana, con mano segura, hizo correr la misma suerte a todos los que estaban encerrados en las tinajas y todos murieron abrasados, pues nin­gún hombre, aunque estuviese ence­rrado en una tinaja de siete paredes podría escapar al destino atado a su cuello. Una ves que realizó su designio, Morgana apagó el fuego, y, cubriendo las bocas de las tinajas con la fibra de palmera, regresó a la cocina, apagó la linterna, y que­dó a oscuras, resuelta a esperar el desenlace del asunto, que no se hizo esperar mucho tiempo.
            En efecto, hacia la medianoche, el mercader de aceite se despertó y asomó la cabeza por la ventana que daba al patio, y no viendo ni oyendo nada, pensó que todos los de la casa debían estar durmiendo. Tal como había dicho a sus hom­bres, arrojó sobre las tinajas unos guijarros- que con él llevaba; co­mo tenía el ojo seguro y la mano hábil acertó todos los blancos y esperó, no dudando de que vería surgir a sus hombres blandiendo las armas, mas nada sucedió. Pensando que se habían dormido, les arrojó mas guijarros, pero no apareció ca­beza alguna. El jefe de los bandidos se irritó mucho con sus hombres, a los que creía dormidos, y se dirigió hacia ellos, pensando: “¡Hijos de pe­rrol ¡No valen para nada!”, pero al acercarse a las tinajas hubo de re­troceder, tan espantoso era el olor a aceite quemado y a carne abrasada que exhalaban. Se aproximó de nue­vo y tocando las paredes de una de ellas sintió que estaban tan calien­tes como las paredes de un horno y levantando las tapas vio a sus hom­bres, uno tras otro, humeantes y sin vida.
            A la vista de este espectáculo, el jefe de los ladrones comprendió de qué manera tan atroz habían pe­recido sus hombres, y, dando un sal­to prodigioso, alcanzó la cima del muro, se descolgó a la calle, y dan­do sus piernas al viento se perdió en la oscuridad de la noche.
            En este momento, Schahrazada vio que amanecía y, discreta, se calló.
            PERO CUANDO LLEGO LA 859 NOCHE