西語閱讀:《一千零一夜》連載五 a
Al ver aquello, ¡oh señora mía! empecé a golpearme, y a gritar, y a gemir, y me desgarré las zopas, arrojándome desesperado al suelo. Pero mi amigo muerto estaba, cumpliéndose el Destino para que no mintieran las predicciones de los astrólogos. Alcé los ojos y las manos hacia el Altísimo, y repuse: “¡Oh, señor del universo! Si he cometido un crimen, dispuesto estoy a que me castigue tu justicia.” En este momento sentíame animoso ante la muerte. Pero ¡oh señora mía! nuestros anhelos nunca se satisfacen ni para el bien ni para el mal.
Entonces, no siéndome posible soportar la estancia en aquel sitio, y además, como sabía que el joyero no tardaría en comparecer, subí la escalera, salí y cerré la trampa, cubriéndola de tierra, como estaba antes.
Cuando me vi fuera, me dije: “Voy a observar ahora lo que ocurra; pero ocultándome, porque si no, los esclavos me matarían con la peor muerte.” Y entonces me subí a un árbol copudo que estaba cerca de la trampa, y allí quedó en acecho. Una hora más tarde apareció la barca con el anciano y los esclavos. Desembarcaron todos, llegaron apresuradamente junto al árbol, y al advertir la tierra recientemente removida, atemorizáronse, quedando abatidísimo el viejo. Los esclavos cavaron apresuradamente, y levantando la trampa, bajaron con el pobre padre. Éste empezó a llamar a gritos a su hijo, sin que el muchacho respondiera, y le buscaron por todas partes; hallándolo por fin tendido en el lecho con el corazón atravesado.
Al verle, sintió el anciano que se le partía el alma, y cayó desmayado. Los esclavos, mientras tanto, se lamentaban y afligían; después subieron en hombros al joyero. Sepultaron el cadáver del joven envuelto en un sudario, transportaron al padre dentro de la barca, con todas las riquezas y provisiones que quedaban aún, y desaparecieron en la lejanía sobre el mar.
Entonces, apenadísimo, bajé del árbol, medité en aquella desgracia, lloré mucho, y anduve desolado todo el día y toda la noche. De repente noté que iba menguando el agua, quedando seco el espacio entre la isla y la tierra firme de enfrente. Di gracias a Alah, que quería librarme de seguir en aquel paraje maldito, y empecé a caminar por la arena invocando su santo nombre. Llegó en esto la hora de ponerse el sol. Vi de pronto aparecer muy a lo lejos como una gran hoguera, y me dirigí hacia aquel sitio, sospechando que estarían cociendo algún carnero; pero al acercarme advertí que lo que hube tomado, por hoguera era un vasto palacio de cobre que se diría incendiado por el sol poniente.
Llegué hasta el límite del asombro ante aquel palacio magnífico, todo de cobre. Y estaba admirando su sólida construcción, cuando súbitamente vi salir por la puerta principal diez jóvenes de buena estatura, y cuyas caras eran una alabanza al Creador por haberlas hecho tan hermosas. Pero aquellos diez jóvenes eran todos tuertos del ojo izquierdo, y sólo no lo era un anciano alto y venerable, que hacía el número once.
Al verlos exclamé; “¡Por Alah, que es extraña coincidencia! ¿Cómo estarán juntos diez tuertos, y del ojo izquierdo precisamente?” Mientras yo me absorbía en estas reflexiones, los diez jóvenes se acercaron, y me dijeron: “¡La paz sea contigo!” Y yo les devolví el saludo de paz, y hube de referirles mi historia, desde el principio hasta el fin, que no creo necesario repetirte, ¡oh señora mía!
Al oirla, llegaron aquellos jóvenes al colmo de la admiración, y me dijeron: “¡Oh señor! Entra en esta morada, donde serás bien acogido. Entré con ellos, y atravesamos muchas salas revestidas con telas de raso. En el centro de la última, que era la más hermosa y espaciosa de todas, había diez lechos magníficos formados con alfombras y colchones, y entre aquéllos otra alfombra, pero sin colchón, y tan rica como las demás. Y el anciano se sentó en ésta, y cada uno de los diez jóvenes en la suya, y me dijeron: “¡Oh señor! Siéntate en el testero de la sala, y no nos preguntes acerca de lo que aquí veas.”
A los pocos momentos se levantó el viejo, salió y volvió varias veces, llevando manjares y bebidas, de lo cual comimos y bebimos todos.
Después recogió las sobras el anciano, y se sentó de nuevo. Y los jóvenes le preguntaron: “¿Cómo te sientas sin traernos lo necesario para cumplir nuestros deberes?” Y el anciano, sin replicar palabra, se levantó y salió diez veces, trayendo cada vez sobre la cabeza una palangana cubierta con un paño de raso y en la mano un farol, que fue colocando delante de cada joven. Y a mí no me dio nada, lo cual hubo de contrariarme.
Pero cuando levantaron las telas de raso, vi que las jofainas sólo contenían ceniza, polvo de carbón y kohl. Se echaron la ceniza en la cabeza, el carbón en la cara y el kohl en el ojo derecho, y empezaron a lamentarse y a llorar, mientras decían: “¡Sufrimos lo que merecemos por nuestras culpas y nuestra desobediencia!” Y aquella lamentación prosiguió hasta cerca del amanecer. Entonces se lavaron en nuevas palanganas que les llevó el viejo, se pusieron otros trajes, y quedaron como antes de la extraña ceremonia.
Por más que aquello, ¡oh señora mía! me, asombrase con el más considerable asombro, no me atreví a preguntar nada, pues así me lo habían ordenado. Y a la noche siguiente hicieron lo mismo que la primera, y lo mismo a la tercera y a la cuarta. Entonces ya no pude callar más, y exclamé: “¡Oh mis señores! Os ruego que me digáis por qué sois todos tuertos y a qué obedece el que os echéis por la cabeza ceniza, carbón y kohl, pues, ¡por Alah! prefiero la muerte a la incertidumbre en que me habéis sumido.” Entonces ellos replicaron: “¿Sabes que lo que pides es tu perdición?” Y yo contesté: “Venga mi perdición antes que la duda.” Pero ellos me dijeron: “¡Cuidado con tu ojo izquierdo!” Y yo respondí: “No necesito el ojo izquierdo si he de seguir en esta perplejidad.” Y por fin exclamaron: “¡Cúmplase tu destino! Te sucederá lo que nos sucedió; mas no te quejes, que la culpa es tuya. Y después de perdido el ojo izquierdo, no podrás venir con nosotros, porque ya somos diez y no hay sitio para el undécimo.”
Dicho esto, el anciano trajo un carnero vivo. Lo degollaron, le arrancaron la piel, y después de limpiarla cuidadosamente, me dijeron: “Vamos a coserte dentro de esa piel; y te colocaremos en la azotea del palacio. El enorme buitre llamado Rokh, capaz de arrebatar un elefante, te levantará hasta las nubes, tomándote por un carnero de veras, y para devorarte te llevará a la cumbre de una montaña muy alta, inaccesible a todos los seres humanos. Entonces con este cuchillo, de que puedes armarte, rasgarás la piel de carnero, saldrás de ella, y el terrible Rokh, que no ataca a los hombres, desaparecerá de tu vista. Echa después a andar hasta que encuentres un palacio diez veces mayor que el nuestro y mil veces más suntuoso. Está revestido de chapas de oro, sus muros se cubren de pedrería, especialmente de perlas y esmeraldas. Entra por una puerta abierta a todas horas, como nosotros entramos una vez, y ya verás lo que vieres. Allí nos dejamos todos el ojo izquierdo. Desde entonces soportamos el castigo merecido y expiamos nuestra culpa haciendo todas las noches lo que viste. Esa es en resumen nuestra historia, que más detallada llenaría todas las páginas de un gran libro cuadrado. Y ahora, ¡cúmplase tu destino!”
Y como persistiera en mi resolución, diéronme el cuchillo, me cosieron dentro de la piel de carnero, me colocaron en la azotea y se marcharon. Y de pronto noté que cargaba conmigo el terrible Rokh, remontando el vuelo, y en cuanto comprendí que, me había depositado en la cumbre de la montaña, rasgué con el cuchillo la piel que me cubría, y salí de debajo de ella dando gritos para asustar al terrible Rokh. Y se alejó volando pesadamente, y vi que era todo blanco, tan ancho como diez elefantes y más largo que veinte camellos.
Entonces eché a andar muy de prisa, pues me torturaba la ímpaciencia por llegar al palacio. Al verlo, a pesar de la descripción hecha por los diez jóvenes, me quedé admirado hasta el límite de la admiración. Era mucho más suntuoso de lo que me habían dicho. La puerta, principal, toda de oro, por la cual entré, tenía a los lados noventa y nueve puertas de maderas preciosas, de áloe y de sándalo. Las puertas de la salas eran de ébano con incrustaciones de oro y de diamantes. Y estas puertas conducían a los salones y a los jardines, donde se acumulaban todas las riquezas de la tierra y del mar.
No bien llegué a la primera habitación me vi rodeado de cuarenta jóvenes, de una belleza tan asombrosa, que perdí la noción de mí mismo, y mis ojos no sabían a cuál dirigirse con preferencia a las demás, y me entró tal admiración, que hube de detenerme, sintiendo que me daba vueltas la cabeza.
Entonces todas se levantaron al verme, y con voz armoniosa me dijeron: “¡Que nuestra casa sea la tuya!, ¡oh convidado nuestro! ¡Tu sitio está sobre nuestras cabezas y en nuestros ojos!” Y me ofrecieron asiento en un estrado magnífico, sentándose ellas más abajo en las alfombras, y me dijeron: “¡Oh señor, somos tus esclavas, tu cosa, y tú eres nuestro dueño y la corona de nuestras cabezas!”
Luego todas se pusieron a servirme: una trajo agua caliente y toallas, y me lavó los pies; otra me echó en las manos agua perfumada, que vertía de un jarro de oro; la tercera me vistió un traje de seda con cinturón bordado de oro y plata, y la cuarta me presentó una copa llena de exquisita bebida aromada con flores. Y ésta me mirada, aquélla me sonreía, la de aquí me guiñaba los ojos, la de más allá me recitaba versos, otra abría los brazos, extendiéndolos perezosamente delante de mí, y aquélla otra hacía ondular su talle. Y la una suspirada: “¡ay!”, y otra: “¡huy!”, y ésta me decía: `¡Ojos míos!”, la de más allá: “¡Oh alma mía!”, la otra: “¡Entraña de mi vida!”, y la otra: “¡Oh llama de mi corazón!”
Después se me acercaron todas, y comenzaron a acariciarme, y me dijeron: “¡Oh convidado nuestro, cuéntanos tu historia, porque estamos sin ningún hombre hace tiempo, y nuestra dicha será ahora completa!” Entonces hube de tranquilizarme, y les conté una parte de mi historia, hasta que empezó a anochecer.
Inmediatamente encendieron numerosas bujías, y la sala quedó iluminada como por el más espléndido sol. Luego pusieron los manteles, sirvieron los manjares más exquisitos y las bebidas más embriagadoras, y unas tañían instrumentos melodiosas, cantando con encantadora voz, otras bailaban, y yo seguía comiendo.
Después de estas diversiones, me dijeron: “Estáis cansado de resultas del viaje que habéis hecho, y hora es ya de que toméis algún reposo; vuestro aposento está preparado; mas, antes de retiraros, escoged entre nosotras una para que os sirva.”
Yo, señora, mía, no sabía cuál elegir, pues todas eran igualmente deseables. A ciegas alargué los brazos, y cogí a una; ¡pero al abrir los ojos, los volví a cerrar, deslumbrado por su hermosura! Entonces aquella joven me asió de la mano y me condujo al dormitorio.
Las siguientes noches, ¡oh señora mía! se deslizaron de la misma manera, cada noche con una de las hermanas.
Un año completo duró esta felicidad. Llegó el final del año. La mañana del último día vi a todas las jóvenes al pie de mi cama, sueltas las cabelleras, llorando amargamente, poseídas de un gran dolor, y me dijeran: “Sabe, ¡oh luz de nuestros ojos! que hemos de abandonarte, como abandonamos a otros antes que a ti. Eres, en realidad, el más libertino y agradable de todos. Por este motivo, no podremos vivir sin ti.” Y yo les dije: “¿,Y por qué habéis de abandonarme? Porque yo tampoco quiero perder la alegría de mi vida, que está en vosotras.” Ellas contestaron “Sabe que somos todas hijas de un rey, pero de madre distinta. Desde nuestra pubertad vivimos en este palacio, y cada año pone Alah en nuestra camino un hermoso doncel que nos agrada, como nosotras a él. Pero cada año hemos de ausentarnos cuarenta, días para visitar a nuestro padre y a nuestras madres. Y hoy es el día de la marcha.” Entonces dije: “Pero delicias mías, yo me quedaré en este palacio alabando a 'Alah hasta vuestro regreso.” Y ellas contestaron: “Cúmplase tu deseo. Aquí tienes todas las llaves del palacio, que abren todas las puertas. Él ha de servirte de morada, puesto que eres su dueño; pero guárdate muy bien de abrir la puerta de bronce que está en el fondo del jardín, porque no volverías a. vernos y te ocurriría una gran desgracia. ¡Cuida, pues, de no abrir esa puerta!
Dicho esto, me abrazaron y besaron todas, una tras otra, llorando y diciéndome: “¡Alah sea contigo!” Y partieron, sin dejar de mirarme a través de sus lágrimas.
Entonces, ¡oh señora mía! salí del salón en que me hallaba, y con las llaves en la mano empecé a recorrer aquel palacio, que aún no había tenido tiempo de ver, pues mi cuerpo y mi alma habían estado encadenados entre los brazos de las jóvenes. Y abrí con la primera llave la primera puerta.
Me vi entonces en un gran huerto rebosante de árboles frutales, tan frondosos, que en mi vida los había conocido iguales en el mundo. Canalillos llenos de agua los regaban tan a conciencia, que las frutas eran de un tamaño y una hermosura indecibles. Comí de ellas, especialmente bananas, y también dátiles, que eran largos coma los dedos de un árabe noble, y granadas, manzanas y melocotones. Cuando acabé de comer di gracias por su magnanimidad a Alah, y abrí la segunda puerta con la segunda llave.
Cuando abrí esta puerta, mis ojos y mi olfato quedaron subyugados por una inmensidad de flores que llenaban un gran jardín regado por arroyos numerosos. Había allí cuantas flores pueden criarse en los jardines de los emires de la tierra: jazmines, narcisos, rosas, violetas, jacintos, anémonas, claveles, tulipanes, renúnculos Y todas las flores de todas las estaciones. Cuando hube aspirado la fragancia de todas las flores, cogí un jazmín, guardándolo dentro de mi nariz para gozar su aroma, y di las gracias a Alah el Altísimo por sus bondades.
Abrí en seguida la tercera puerta, y mis oídos quedaron encantados con las voces de numerosas aves de todos los colores y de todas las especies de la tierra. Estaban en una pajarera construida- con varillas de áloe y de sándalo. Los bebederos eran de jaspe fino y los comederos de oro. El suelo aparecía barrido y regado. Y las aves bendecían al Creador. Estuve oyéndolas cantar; y cuando anocheció me retiré.
Al día siguiente me levanté temprano, y abrí la cuarta puerta con la cuarta llave. Y entonces, ¡oh, señora mía! vi cosas que ni en sueños podría ver un ser humano. En medio de un gran patio había una cúpula de maravillosa construcción, con escaleras de pórfido que ascendían hasta cuarenta, puertas de ébano, labradas con oro y plata. Se encontraban abiertas y permitían ver aposentos, espaciosos, cada uno de los cuales contenía un tesoro diferente, y valía cada tesoro más que todo mi reino. La primera sala, estaba atestada de enormes montones de perlas, grandes y pequeñas, abundando las grandes, que tenían el tamaño de un huevo de paloma y brillaban como la luna llena. La segunda sala superaba en riqueza a la primera, y aparecía repleta de diamantes, rubíes rojos, rubíes azules y carbunclos. En la tercera había esmeraldas solamente; en la cuarta, montones de oro en bruto; en la quinta, monedas de oro de todas las naciones; en la sexta, plata virgen; en la séptima monedas de plata, de todas las naciones: Las demás salas estaban llenas de cuantas pedrerías hay en el seno de la tierra y del mar: topacios, turquesas, jacintos, piedras del Yemen, comalínas de los más viejos colores, jarrones de jade, collares, brazaletes, cinturones y todas las preseas, en fin, usadas en las cortes de reyes y de emires.
Y yo, ¡oh señora mía! levanté las manos y los ojos y di gracias a Alah el Altísimo por sus beneficios: Y así seguí cada día abriendo una o dos o tres puertas hasta el cuadrapésimo; creciendo diariamente mi asombro, y ya no me quedaba, más que la llave de la puerta de bronce, y pensé en las cuarenta jóvenes, y me sentí sumido en la mayor felicidad.
Pero el Maligno hacíame pensar en la llave de la puerta de bronce, tentándome continuamente, y la tentación pudo más que yo, y abrí la puerta. Nada vieron mis ojos, mí olfato notó un olor muy fuerte y hostil a los sentidos, y me desmayé, cayendo por la parte de fuera de la entrada y cerrándose inmediatamente la puerta delante de mí. Guando me repuse, persistí en la resolución inspirada por el Cheitán, y volví a abrir, aguardando a que el olor fuese menos penetrante.
Entré por fin, y me encontré en una espaciosa sala, con el suelo cubierto de azafrán y alumbrada por bujías perfumadas de ámbar gris e incienso y por magníficas lámparas de plata y oro llenas de aceite aromático, que al arder exhalaba aquel olor tan fuerte. Y entre lámparas; y candelabros vi un maravilloso caballo negro con una estrella blanca en la frente, y la pata delantera derecha y la trasera izquierda tenían asimismo manchas blancas en los extremos. La silla era de brocado y la brida una cadena de oro; el pesebre estaba lleno de sésamo y cebada bien cribada; el abrevadero contenía agua fresca perfumada con rosas
Entonces, ¡oh señora mía! costo mi pasión mayor eran los buenos caballos, y yo el jinete más ilustre de mi reino, me agradó mucho aquel corcel, y cogiéndole de la brida le saqué al jardín y lo monté; pero no se movió. Entonces le di en el cuello con la cadena de oro. Y de pronto, ¡oh señora mía! abrió el caballo dos grandes alas negras, que yo no había visto, relinchó de un modo espantoso, dio tres veces con los cascos en el suelo, y voló conmigo por los aires.
En seguida, ¡oh señora mía! empezó todo a dar vueltas a mi alrededor, pero apreté los muslos y me sostuve como buen jinete. Y he aquí que el caballo descendió y se detuvo en la azotea del palacio donde había yo encontrado a los diez tuertos. Y entonces se encabritó terriblemente y logró derribarme. Luego se acercó a mí, y metiéndome la punta de una de sus alas en el ojo izquierdo, me lo vació sin que pudiera yo impedirlo y emprendió el vuelo otra vez, desapareciendo en los aires.
Me tapé con la mano el ojo huero, y anduve en todos sentidos par la azotea, lamentándome a impulsos del dolor. Y de pronto vi delante de mí a los diez mancebos, que decían: “¡No quisiste atendernos! ¡Ahí tienes el fruto de tu funesta terquedad! Y no puedes quedarte entre nosotros, porque ya somos diez. Pero te indicaremos el camino para que marches a Bagdad, capital del Emir de los Creyentes Harún Al-Rachid, cuya fama ha llegado a nuestros oídos y tu destino quedará entre sus manos.”
Partí, después de haberme afeitado y puesta este traje de saaluk, para no tener que soportar otras desgracias, y viajé día y noche, no parando hasta llegar a Bagdad, morada de paz, donde encontré a estos dos tuertos, y saludándoles, les dije: “Soy extranjero” Y ellos me contestaron: “También lo somos nosotros.” Y así, llegamos los tres, a esta bendita casa, ¡oh señora mía!
¡Y tal es la causa de mi ojo huero y de mis barbas afeitadas!”
Después de oír tan extraordinaria historia, la mayor de las tres doncellas dijo al tercer saakik. “Te perdono. Acaríciate un poco la cabeza y vete.”
Pero el tercer saaluk contestó: ¡Por Alah! No he de irme sin oír las historias de los otros.”
Entonces la joven, volviéndose hacia el califa, hacia el visir Giafar y hacia el porta-alfanje, les dijo: “Contad vuestra historia.”
Y Giafar se le acercó, y repitió el relato que ya había contado a la joven portera al entrar en la casa. Y después de haber oído a Giafar, la dueña de la morada les dijo:
“Os perdono a todos, a los unos y a los otros. ¡Pero marchaos en seguida!”
Y todos salieron a la calle. Entonces el califa dijo a los saalik: “Compañeros, ¿adónde vais?” Y éstos contestaron: “No sabemos dónde ir.” Y el califa les dijo: “Venid a pasar la noche con nosotros.” Y ordenó a Giafar: “Llévalos a tu casa y mañana me los traes, que ya veremos lo que se hace.” Y Giafar ejecutó estas órdenes.
Entonces entró ere su palacio el califa, pero no pudo dormir en toda la noche. Por la mañana se sentó en el trono, mandó entrar a los jefes de su Imperio, y cuando hubo despachado los asuntos y se hubieron marchado, volvióse hacia Giafar, y le dijo Tráeme las tres jóvenes, las dos perras y los tres saaluk.” Y Giafar salió en seguida, y los puso a todos entre las manos del califa. Las jóvenes se presentaron ante él cubiertas con sus velos. Y Giafar les dijo: “No se os castigará, porque sin conocernos nos habéis perdonado y favorecido. Pero ahora estáis en manos del quinto descendiente de Abbas, el califa. Harún Al-Rachid. De modo que tenéis que contarle la verdad.”
Cuando las jóvenes oyeron las palabras de Giafar, que hablaba en nombre del Príncipe de los Creyentes, dio un paso la mayor, y dijo: “¡Oh Emir de los Creyentes! Mi historia es tan prodigiosa, que si se escribiese con una aguja en el ángulo interior de un ojo, sería una lección para quien la leyese con respeto.”
En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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西班牙語沒有英語這么復(fù)雜的發(fā)音規(guī)則。他幾乎每一個(gè)字母都只有一個(gè)特定的音,我舉個(gè)例子,a這個(gè)字母無論何時(shí)都發(fā)“阿”這個(gè)音,e發(fā)“唉”(口型小點(diǎn),跟英語里的e差不多)。西班牙語只有一個(gè)音是比較難發(fā)的,那就是r這個(gè)字母,他發(fā)的是大舌顫音,其實(shí),西班牙語最難得不是他的發(fā)音,而是他的語法和動(dòng)詞變位。你一學(xué)就知道了,背的東西太多。還有,他的語速不是一般的快,你要做好心理準(zhǔn)備,和英語不是一個(gè)數(shù)量級的?。∥医ㄗh你最好提前買一本西班牙語看看,因?yàn)樗扔⒄Z難學(xué)的多的多 。
1. 西班牙語屬于拉丁語系,比英語要科學(xué),是不要音標(biāo)的拼音文字,掌握發(fā)音規(guī)則后就能夠”見詞發(fā)音”。短短的入門,學(xué)的好,就可以地道流利地讀出所有的西班牙文章,這是第一關(guān)!西班牙諺語中把最難做的事情比做”學(xué)漢語”,可見有中文水平的人學(xué)西班牙不是成了最容易的事了?
2. 西班牙語的小舌音,卷舌連續(xù)抖動(dòng)的r、rr是中國人的難點(diǎn),竅門有三。一、發(fā)音前多加上“德拉”;二、利用漱口的時(shí)候,多延時(shí)5分鐘——“嘟魯魯”;三、堅(jiān)持2-4周利用上下班和無人的時(shí)候,練習(xí)卷舌,以上三點(diǎn)定會(huì)讓你有“西班牙”味!還有些音是要聲帶鎮(zhèn)動(dòng)的,要注意!
3. 掌握西班牙語動(dòng)詞的變位也是個(gè)要死記硬背,熟能生巧的活!他的變化是為了口語交流中大量的省略主語,口語的方便帶來的動(dòng)詞變位頭痛是每一個(gè)有志學(xué)好西班牙語的人要克服的難關(guān)。有人說:“流利地讀,熟練變位”掌握好了,西班牙語就學(xué)會(huì)了一半??!初學(xué)者就沒有白學(xué)!你也知道了重點(diǎn)在哪里了,可以集中精力去攻哪一塊了。
4. 有點(diǎn)英語基礎(chǔ)的人,會(huì)發(fā)現(xiàn)西班牙語單詞在多數(shù)主要單詞詞干上非常接近,這樣大家學(xué)習(xí)起來又省了些勁!
5. 學(xué)習(xí)任何外國語,要以模仿開口為優(yōu)先,背會(huì)一句就應(yīng)用一句,這樣就算掌握了。不要,先糾語法一堆,就是不敢開口!講錯(cuò)了,因?yàn)槟闶峭鈬?,別人的背景比你大,所以人家仍然能聽懂你,就象外國人講漢語,即使很不準(zhǔn),你也能聽懂,搞明白,會(huì)原諒他的不標(biāo)準(zhǔn)的。膽子大是第一啊,有人說過,你學(xué)外語多數(shù)都不是為了當(dāng)電臺標(biāo)準(zhǔn)播音員吧,何況,即使母語能挑上當(dāng)播音員的又有幾個(gè)?降低標(biāo)準(zhǔn),抓住重點(diǎn),能繞開你學(xué)語言的誤區(qū)!
2012年02月22日 《在線學(xué)西班牙語:西班牙語閱讀《一千零一夜》連載五 a》來源于西班牙留學(xué)https://xibanya.liuxue86.com